48.
Al regresar del trabajo camino a pie sólo cuatro kilómetros.
No es mucho.
El sol brilla directamente en
mi cara, camino y entorno los ojos; en esta luz de sol puedo ver como se giran los pocos copos de nieve. Esto quiere decir
que encima de mi cabeza hay una nube con nieve, pero allá, donde está el sol,
no la hay. Gotas caen de los techos, el aire está tibio, delante de mí corre un
grupito de colegialas con sus mochilas, los gatos están sentados en los lugares
secos y se miran en los charcos. A lo mejor son gatas. No sé a quién de ellos
le gusta más mirarse en los charcos.
Camino
a paso rápido y respiro la primavera y dejo atrás las colegialas y sonrío a los
gatos y los niños, alrededor de mí bulle la ciudad, los autos pasan
directamente por los charcos, salpicándome regocijadamente. Digo para mí: “¡Ojala
te…..!” pero no me enojo ni un poquito, porque es primavera. Porque
probablemente el conductor lleva un ramo de flores en el asiento delantero y se
da prisa yendo a la mujer que ama para regalarle este ramo y no ve nada
alrededor, simplemente ¡n-a-d-a! ¿Cómo uno puede enojarse con este hombre?
Lo
entiendo. Yo también me doy prisa yendo a la mujer que amo.
No
hoy, todavía no. Ni siquiera mañana.
Nos
vamos a ver pasado mañana. Pasado mañana, a esta misma hora, la voy a ver y voy
a tomar sus manos con las mías. Y voy a decir algo. Todavía no he inventado qué
cosa. Pero ella va a reírse, entonces me voy a mirar en sus ojos, los ojos tan
hermosos y risueños. Sólo faltan cuarenta y ocho horas para que llegue este
momento.
Me
doy prisa yendo dónde ella, el sol delante de mí se oculta en las ramas de
árboles, el aire huele a gatos y primavera, las baldosas mojadas de la acera
brillan cuando los riachuelos del agua deshelada fluyen por encima. Estoy
saltando los arroyitos y pensando en ella.
En
el muelle hace viento, el sol brilla todavía más estridente, el río despide
frío y nieve. Está todo blanco e inmóvil, sólo a lo largo de la orilla hay una
línea oscura de agua deshelada. Al otro lado del río remolinan los humos, el
cielo sobre el río está azul grisáceo y en el medio resplandece el sol. Todo el
mundo está deslumbrantemente hermoso cuando te das prisa yendo a la mujer que
amas.
Después
llego a casa, abro la puerta con la llave y pienso qué lindo sería un día
entrar y ver su chamarra en la antecámara, en el perchero.
A
lo mejor va a ser así la próxima primavera. O dentro de dos primaveras. O
dentro de cinco.
A
lo mejor algún día. Voy a estar esperando. Pero pasado mañana, a esta misma
hora voy a tener su mano en la mía y mirar en sus ojos.
Faltan
sólo cuarenta y ocho horas.
No
es mucho.
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